Hace 400 años, Galileo Galilei, científico italiano, se puso a reflexionar sobre la caída de los objetos. La mayoría de sus contemporáneos pensaba —como se creía desde hacía 2000 años— que los cuerpos más pesados caían más rápido. Era natural: un cuerpo pesado siente una fuerza mayor, de modo que tendría que moverse más rápido, creían los contemporáneos de Galileo. Después de mucho reflexionar y de varios experimentos, Galileo se convenció de que todos los objetos caen (como diríamos hoy) con la misma aceleración, sin importar si son pesados o ligeros. Galileo sabía muy bien que una pluma y una bola de cañón no caen al mismo tiempo. Pero lo atribuía al efecto del aire: la pluma cae más lento porque el aire la frena. Galileo se dijo que en el vacío una pluma y un objeto pesado soltados desde la misma altura deberían caer con la misma aceleración y llegar al suelo al mismo tiempo.